martes, noviembre 04, 2008

Una noche muy común

Son las 8 de la noche en este horario de invierno. El viento
gélido sopla en el exterior congelando la piel, produciendo
quemaduras de frio en aquellas zonas del cuerpo expuestas
a su inclemencia.

En este frugal clima avanzo mientras la oscuridad comienza
a tragarse todo, a engullir la pálida luz rojiza que se
filtra en la agonia del atardecer.

Después de caminar un par de calles, doblo la esquina para
sumergirme en la boca calida y humeante de una entrada al
tren subterráneo, una entrada al metro, que si se mira con
cuidado, bien pudiera ser una entrada al inframundo donde
pululan los atormentados y las almas perdidas que no han
encontrado el camino que las lleve hacia la paz eterna.

Bajo esta perspectiva, todas las personas que entramos a
la boca para descender hacia el interior todavía más cálido
y humeante somos fragmentos de almas que buscan desesperadamente
huir de la vida cotidiana, de huir en busca de un refugio
donde se pueda escapar de la rutina diaria, buscar un camino
acasa, donde se pueda descansar.

El interior de la estación del metro se integra perfectamente
al escenario desolador, pues luce vieja, lo suficientemente
sucia para deprimir pero sin llegar al extremo de ser un
basurero nauseabundo. La falta de mantenimiento se nota
en las lámparas opacas, la pintura desconchada, las paredes
con trozos faltantes. ¡Hasta la empleada que atiende la
taquilla tiene un aspecto viejo y gris que hace juego con
lo demás!

A medida que se desciende por los tres largos tramos de
escaleras va aumentando la temperatura, y cuando ya estás
en el nivel de los trenes, el calor es insufrible, aumentado
al extremo por la concentración de gente, los procesos mecánicos
de los trenes y la descomposición de materia organica que
lentamente se pudre en las vías, el piso y dentro de las
paredes.

En los andenes de este nivel es donde se reunen las almas
perdidas que pululan y flotan a la espera de la llegada
de la moderna balsa naranja que los llevará a cruzar el
Estigio formado en la vía de la ruta. Aquí me uno a la espera
general, sudando por el calor y quitando mi chamarra para
soportar mejor la espera.

Instantes después hace su aparición el tren, que con un
timbre ensordecedor hace su aviso para que voluntariamente
nos adentremos a sus entrañas revestidas de asientos de
plástico verde.

Aquí estoy, sentado en las entrañas verdes de este tren
naranja, sofocándome con el calor que se siente, esperando
a que se complete el recorrido que me llevará a una estación
ubicada en el otro extremo de la ciudad, en un recorrido
que es absurdamente necesario para conseguir los bienes
que me permitan subsistir. La pregunta es ¿me animaré a
salir y enfrentar el frio clima, o solo seré vomitado por
este infernal gusano naranja?

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